- Es el fin -dijo Karandur, mesándose la larga y encanecida barba con gesto grave. -Tras esta aventura, debo dejaros. Mi pueblo me necesita.
Aaron asintió en silencio. De nada servían las palabras cuando estas debían enfrentar la tozudez del siervo de Moradin. Karandur estaba decidido, y nada en este mundo podría hacerle cambiar de opinión. El suspiro de Naiada expresó sin palabras lo que todos estaban pensando. La vida, sin el clérigo enano, sería mucho mas corta.
-Pues hagamos de esta última aventura algo memorable -interrumpió Rhaegar, sombrío. - Desenfundemos nuestro acero y llevemos nuestra justa ira hasta los engendros de la Fortaleza Markelhay. ¡Que tiemblen sus oscuros corazones al sentir el frío abrazo de la Diosa! ¡Que teman y reverencien el nombre de sus enviados!
- ¡Si! -gritó Fangstorm, enfervorecido por la arenga del vengador sagrado. - ¡Que vengan! ¡Les haremos frente!
Balasar cruzó la mirada con Naiada, y los rasgados ojos de la alta elfa le contestaron con una calma casi eterea. De todos los compañeros, la maga era la más sosegada. Siempre presta a diolagar antes que a combatir, era evidente que no estaba disfrutando del cariz que tomaba la situación. El Draconido sonrió para sí. Desde que comenzasen sus aventuras con tan dispar grupo, él mismo había aprendido el valor de la sensatez. Todavía veía el cuerpo moribundo de aquel guardia cuando cerraba los ojos. Su muda súplica, el pánico ante la inevitabilidad de la muerte. Si. El arrojo era una gran virtud, pero siempre arropado por la sensatez.
-Calmaos -Aaron alzó la mano y esperó a que el resto de sus compañeros centrase su atención en él. Desplegó un viejo mapa de la región sobre la mesa y continuó con voz clara y potente. - Nos enfrentamos a un dragón. Es hora de planear nuestro próximo paso.