Aaron y él esperarian fuera, protegiendo la puerta, mientras Balasar, Rhaegar, Fangstorm y Karandur exploraban el recinto.
Los cuatro entraron, cautelosamente, tanteando a cada paso el traicionero terreno. Los pasillos eran estrechos. Un par de metros entre paredes de piedra abobedadas. La oscuridad, total, sólo permitia ver unos metros al frente. De repente, una de las baldosas cedió levemente. Un sonido sordo, y un par de virotes clav
ados en el cuello de Rhaegar y Fangstorm. El guardian se desplomó, entumecido por el veneno que le corria por las venas. Por suerte, Karandur estaba cerca. Entonó un salmo a Moradin en la tosca lengua de los suyos, y el Padre respondió a sus súplicas eliminando el mal que afligia a su amigo. Pero ya era tarde para el sigilo. Los heroes no lo sabían, pero los asesinos habian oido los rudos cánticos del clérigo y se aprestaban al combate. Una flecha en la oscuridad se clavó en el escudo de Fangstorm, y éste cargó con furia hacia su enemigo. No se percató de que eso era lo que éste quería. Antes de poder reaccionar, el suelo bajo sus pies se desmoronó, y el heroe cayó por un agujero. Los quejidos que se oian al fondo eran más causados por la frustración que por el dolor, así que mientras Balasar sacaba su cuerda de la mochila, Rhaegar saltaba el pequeño abismo dispuesto a entregar otra alma a su señora.
Mas una vez más, los pícaros estaban preparados. Mientras el primer atacante retrocedia de la furia del vengador sagrado, de entre las sombras surgia una sombra dispuesta para el combate. Acuchillando y desapareciendo, atacando y replegandose en las sombras, los atacantes parecían multiplicarse para frustración de los heroes, que a cada paso, sufrian ahora un corte, ahora una caida. Rhaegar estaba en peligro, entre dos abismos, enfrentado a un asesino entrenado. Pero en medio del caos, Fangstorm reapareció. Invocando el poder primigenio de la Tierra, de su hacha de guerra surgieron unos zarcillos que atraparon al matón, y lo arrojaron al abismo. Con un grito de triunfo, el guardián saltó el pozo, dispuesto de nuevo a la batalla. Infundiendo animos a sus compañeros, que aunque debilitados, encontraron el pasillo principal desde donde los asesinos at
acaban. Cerrando filas, comenzaron a llevar el peso de la lucha hacía las dependencias principales de los saqueadores. Uno tras otro, sin el amparo de la oscuridad, los enemigos fueron cayendo. El último de ellos, totalmente rodeado, consiguió saltar sobre Balasar y cruzar la habitación, corriendo por uno de los pasillos. Rhaegar y Karandur se abalanzaron sobre él mas, al cruzar la esquina, un estallido de llamas y azufre los detuvo en seco.
¿¡Magos!? - exclamó furrioso el enano.
Una pequeña silueta, de no mas de un metro de altura, se hallaba a menos de quince metros de ellos. Un gnomo enfundado en una túnica negra. Sin esperar a su reacción, se encerró en la habitación que tenía a su derecha. Balasar golpeó la puerta, pero ésta se resistió a caer con la embestida del dracónido.
De repente, un gruñido espeluznante se alzó sobre los jadeos de dolor y cansancio de los heroes, seguido por el chirrido de las cadenas al romperse. Un paso, luego otro. Pesados, enormes. Una enorme cabeza zurcida con pedazos de seres muertos tiempo atrás surgió por unos de los corredores laterales.
Es un golem. - La voz de Karandur era apenas un susurro. Entonó un cántico a Moradín para sanar sus heridas, pero ni siquiera él, devoto de su Dios, podía encontrar la fe necesaria para afrontar al enemigo que se abalanzaba sobre ellos como un juggernaut.
Con un grito de Balasar, los heroes se replegaron en una de las salas, dispuestos a afrontar la ira del gigante. Cansados, apenas en pie, los heroes desenvainaron sus armas. Los sellos de la guardia de Cormyr saltaron cuando los aceros cantaron, al fin libres. Karandur miró a sus compañeros. Vio la agrasividad en los ojos de Balasar. La tranquila determinación de Rhaegar. La sonrisa nerviosa de Fangstorm. Y se sintió reconfortado. Si aquel era el final, sería un final de leyenda. Digno de la admiración del Padre. Golpeó el suelo con su martillo, entonando la bendición de Moradín, y creó una zona sagrada sobre sus pies. Los cuatro sonrieron reconfortados. Su cansancio pareció desapareceer durante un instante. Hasta que llegó el golem...
La batalla fue terrible. Los puños del gigante golpeaban con una furia atroz, y sus cargas arrollaban a los heroes a su paso. De no ser por la zona sagrada de Karandur, sus cuerpos hubieran caido rotos y desmembrados en cuestión de minutos. Pero por cada golpe recibido, los heroes lo devolvían con furia desatada. Rhaegar clavó su mandoble hasta la empuñadura en mas de una ocasión, y Fangstorm, transformado en hombre bestia, embestía al monstruo desgarrando piel y músculo, pero aún así, el golem no caia. Balasar y el guardián centraron las iras del gigante. Cada golpe era como una losa. Y poco a poco, las fuerzas iban fallando. Uno a uno, los heroes comenzaron a caer de rodillas, agotados por el esfuerzo y el dolor. Y el golem no caia. Balasar continuaba en pie. Sus ataques, certeros, cortaban tendón y hueso, pero el ser no parecía sentir dolor. Fangstorm se interpusó entre el monstruo y Rhaegar, intentando evitar que el vengador recibiese el castigo del golem, pero éste cargó con una dureza implacable, y él guardián recibió la peor parte. Cayó al suelo, con las tripas abiertas en canal. Rhaegar, por su parte, salió despedido contra la pared. Su cuerpo quedó inerte. Karandur se aprestó a atender a los heridos, pero un golpe del titán lo aplastó contra el muro. Su cara, destrozada por el impacto, apenas pudo esbozar una sonrisa de aceptación. Musitando "Padre, perdóname", cayó.
Sólo Balasar se alzaba frente a la bestia. El golem se encaró a su último enemigo. Ambos se estudiaron, cautos. Ambos sangrando por decenas de heridas. Ambos sabiendo que aquel sería el último embite. El monstruo cargó una vez mas, dispuesto a destrozar el cuerpo de su enemigo. Pero Balasar era un guerrero entrenado. Girando sobre si mismo, desvió el puño de su adversario con su espada y luego, con un movimiento fluido, descargó un golpe atroz sobre la pierna del monstruo, cortandola limpiamente. El golem se desplomó, tullido. Sus ojos suplicantes no entendían el porque de tanto dolor. Miró al Dracónido con una mezcla de miedo e ira. El guerrero le contestó con el beso de su acero.
El vengador abrió los ojos y se encontró en un corredor oscuro. Al frente, un cuervo negro con agujeros donde deberían estar los ojos, le observaba con ansia. Dio un paso, luego otro. Pero una voz le retuvo. Una bella mujer de cabellera oscura y ojos como el mar, le sonreía desde la luz. Tendió su delicada mano al vengador, sonriendo con el amor de una madre.
Rhaegar, hijo mio, vuelve a la luz...
Rhaegar cogió la mano de su madre, y esta se transformó en Naiada. La maga lo miraba con el alivio dibujado en sus preciosos ojos almendrados. El vengador se incorporó lentamente. Karandur se encontraba apoyado contra el muro, con expresión grave. Balasar limpiaba su arma en silencio. Y Fangstorm... Fangstorm continuaba caido en el suelo. "Otra vez no"
Rhaegar encomendó en silencio el alma de su amigo a la Reina. El destino nos llega a todos, pensó. Pero el destino de Fangstorm estaba lejos de llegar. Con una bocanada ansiosa, el guardián regresó de la muerte. Karandur, sobresaltado, se aprestó a ayudarle, estabilizando sus heridas.
Se incorporó lentamente, recogió su hacha de guerra y observó al golem caido:
¿Que me he perdido? - dijo con una sonrisa cansada.