viernes, 11 de febrero de 2011

UN NUEVO DIA...

La maléfica presencia de Caradon de Skingrad desapareció. Los heroes se enfrentaron a él en una pútrida cripta bajo el Monasterio Negro. Los conjuros del máldito robaban la misma fuerza vital de los compañeros, y la fuerza se escapaba de sus brazos mientras su esencia vital se consumía. Una hebra plateada en el oscuro cabello de Rhaegar testificó el tiempo perdido. Algunos dirian que el combate fue corto, brutal. Pero al salir, se diría que los héroes hubiesen combatido durante años.

El impulso y la maldad del malvado señor de la muerte fue irresistible. Su mera presencía robaba la vitalidad y la fuerza de aquellos que osaban enfrentarle. Aaron y Karandur cayeron inconscientes. Y Balasar recibió n un brutal castigo. De no ser por la resistencia sobrenatural del dracónido, Rhaegar hubiese sido el siguiente en perecer. Pero hasta dos veces se levantó el guerrero dragón, con fuerzas renovadas, dispuesto a la lucha. Cuando por fin hincó la rodilla, exhausto, las maléficas cuencas vacias de Nigromante se posaron en los supervivientes. Naiada estaba lejos del alcance del monstruo, pero este se acercó lentamente para matarla, atraido por la presencia de una raza que abominaba hasta lo mas profundo de su negro corazón. Entonces, un susurro, una súplica, amplificado por la caverna, se alzó insistente, hasta convertirse en un retumbar heroico. "Madre, mis fuerzas se agotan. Mi destino esta cerca. Acepto mi muerte si esa es tu voluntad. Pero dame fuerzas para servirte una última vez. Permíteme matar a aquel que te ofende con su existencia. No me des valor, pues nada temo si estas a mi lado! DAME FUERZA!!!" Con un estallido de luz, el mandoble de Rhaegar cayó sobre el craneo de Caradon como un martillo sobre un yuque, haciendolo estallar.

Con un grito de agonia que provenía de un cuerpo sin cabeza, el malvado nigromante se derrumbó. Su cuerpo quedó reducido a cenizas, y los cadaveres animados por su terrible magia cayeron inertes, dejando un manto de muerte y descomposición en el ascenso a la abadia. Pero en medio de tal devastación, los heroes, con los musculos doloridos y el alma ensombrecida, vieron una señal de luz y esperanza. Una diminuta flor se alzaba tímida entre el polvo y la sangre seca del patio. Una señal de esperanza, un nuevo comienzo.

Así, observando como la vida se abría camino, libre de malvados influjos, llego el momento de descansar para los heroes. Mas no por demasiado tiempo, pues los dias pasaban, y el mal jamas descansa. Vientos de tormenta asolaban el Este, y tras los muros de la Abadia de Lathander el mundo continuaba girando, vivo. Por el momento, al menos...